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En la disputa por talento, inversión y visitantes, no vencen los que más construyen, sino los que se dejan leer. Un trazo claro, un nombre que se recuerde, una iconografía mínima y un relato que apetezca caminar convierten fragmentos dispersos en un producto consistente. Si, además, ese producto se activa —señalética precisa, una programación ligera, pequeños hitos bien puestos—, la respuesta es inmediata: el visitante entiende por dónde ir, qué mirar y dónde conviene demorarse. Y cuando alguien se detiene, consume; cuando consume, recomienda; cuando recomienda, vuelve.