Alguna vez me han preguntado por qué el ayuntamiento no hace nada. Amigos, familiares, que se preguntan por qué ninguna administración hace nada contra esos edificios anodinos, sin gracia, inexpresivos que siguen a cada licencia de obra nueva en Vigo.
No quiero faltar a la verdad: siempre preguntan por esos edificios feos. Feos es la palabra que suelen usar.
Mi respuesta es siempre la misma: no está en sus manos decidir sobre lo humano y lo divino. Quiero decir, las competencias de la Gerencia de Urbanismo no incluyen opinar sobre lo bonito y lo feo.
Su forma de operar es clara y objetiva. Las administraciones, cuando hablan de lo construido no tocan lo cualitativo, sólo lo cuantitativo. Su juego es un juego de números.
Un inciso: la administración sí que juega al juego de lo cualitativo cuando toca proteger el patrimonio construido. Con mayor o menor acierto, no lo sé, pero ahí sí que se mojan.
Alguna vez me he cruzado también con quien propone algo así como un manual de estilo. Redactar un manual con materiales permitidos, o por contra, prohibidos. Incluso se atreven a decidir las formas de los volúmenes de la edificación.
Sé que existe alguno, más de uno, y comparto la opinión de los que dicen que pierdes más de lo que ganas. Para empezar, ¿dónde pones el listón? ¿Qué tomas como referencia, los edificio de hace tres, treinta o trescientos años? Razone su respuesta.
Para seguir, ¿qué haces con todo lo demás? ¿Señalas al que está mal según el nuevo manual, lo multas, le obligas a modificar su edificio para que encaje en el nuevo repertorio?
Recomendar, sí. Obligar… no tanto.
Qué quieren los arquitectos
Trabajando como arquitecto en el proyecto del Edificio Fátima (Vigo, 25 viviendas) en 2017, queríamos dar profundidad a los huecos, retranquear cada ventana de la fachada. Un gesto con el que trabajar la estética de la fachada. En este punto, dedicar metros cuadrados a balcones llevaba semanas fuera de la ecuación.
La estética no era parte del encargo, sólo una cuestión de orgullo profesional, de querer aportar un poco más de lo que el promotor pide. Aportar en este caso a tres partes, al promotor por tener un producto más atractivo; al futuro propietario, por vivir en un edificio más bello (esto es subjetivo, pero ahí está la intención); y por último, a la ciudad, al colocar un “cacharro” algo más cuidado, más interesante que sus vecinos, simples y ramplones, de algunas décadas antes.
Pero no pudo ser. Cada hueco retranqueado son metros cuadrados perdidos. Decímetros cuadrados en cada hueco, que suena a poco, pero que multiplicados por el total del edificio (a ojo, a más de 100 ventanas) suman alguna decena de metros cuadrados edificables que te dejas en el tintero.
Y volviendo al debate de lo cuantitativo versus lo cualitativo, las promotoras juegan primero al juego de lo cuantitativo. Más metros que vender, mayores ingresos por ventas.
Es cierto que cada vez veo más promotoras que aceptan ir un poco más allá en la estética de sus proyectos — para regocijo de los arquitectos a cargo. Pero la tendencia universal es la misma: ni una sola terraza, que tenemos que vender metros cuadrados de techo.
Y cuando vemos un balcón es uno tímido. Cabe un tendal, o a lo mejor las bicis de los niños. No estamos hablando de diez metros cuadrados de terraza. No por ahora.
Al otro lado de la frontera
Supongo que lo que pasa en otros municipios bebe de sus respectivos planeamientos. Un ejemplo que tengo siempre en la cabeza es Pamplona, donde la obra nueva, por el motivo que sea, tiene terrazas casi siempre.
Para escribir sobre Pamplona he echado un vistazo a idealista, sólo a las promociones de obra nueva. Hay de todo: torres y bloques en polígonos, o bloques en manzana cerrada en el centro de la ciudad.
Sigue como lo recuerdo en 2019, cuando audité todos los proyectos de una promotora en Pamplona (entre otras ubicaciones). Por un motivo que desconozco, todas las promociones en la ciudad se diseñan y venden con terraza en cada vivienda.
Evito el término “balcón” porque siempre son “terrazas”, espacios medianamente habitables que funcionan como extensión de las estancias interiores del piso.
Y si en Pamplona, que a priori tiene un clima más duro que las Rías Baixas, las viviendas tienen terrazas amplias y cómodas, no veo el motivo (cualitativo) por el que no tenemos lo mismo en Vigo.
También cabe pensar que es una decisión de agentes privados, del lobby de las promotoras que trabajan en Pamplona, que allí son más listos o más ricos, pero esto a mí no me encaja. No me encaja porque una promotora que tiene tres promociones en venta en Vigo (cuando escribo esto, en enero de 2024) tiene otras cinco en Pamplona. Algo saben de las dos plazas.
Por ahora, lo que sé, me lleva a pensar en factores externos a las promotoras.
Quién nos va a salvar
Una verdad absoluta: el desarrollo de vivienda nueva en España está en manos privadas.
Otra verdad absoluta: las iniciativas con alcance, con impacto real, vienen de las administraciones.
En otras palabras, ninguna promotora puede construir un volumen de viviendas suficiente como para cambiar la tendencia del mercado de la vivienda, por grande que sea la empresa y su portfolio. Y muchos menos si hablamos de aspectos cualitativos.
Las administraciones, a todos los niveles, han demostrado en España que no tienen ganas (o conocimiento, o amplitud de miras) de comprometerse con el mercado de la vivienda a largo plazo. Ni siquiera a medio plazo.
En cualquier caso, en mi teoría, el juego de los balcones, las terrazas, esos espacios exteriores que añaden una calidad infinita a la vivienda colectiva, tiene su némesis en el planeamiento municipal. La oportunidad de mejorar lo cualitativo de la vivienda pasa por poner cuidado en algunos parámetros cuantitativos. Parámetros que están en manos de los ayuntamientos.
Y recordemos la imagen de Vigo, famosa por tres cosas: es la ciudad más grande de España (que no es capital de provincia), es famosa en el mundo entero por ser donde se gesta la Navidad y tiene la maldición eterna de un planeamiento en constante revisión.
Alguien soñó un día que Vigo jamás tuviera un Plan General estable, razonable y funcional, y su deseo se cumplió.
El mal ya crónico de la revisión constante del planeamiento local elimina cualquier esperanza de una revisión radical de las normas urbanísticas. Si vivimos empantanados en el esfuerzo inmenso de redactar y aprobar un planeamiento nuevo, nadie tiene tiempo ni energía para hacer una revisión cualitativa de la arquitectura que produce esta normativa.
En mi opinión, mejor no esperar un cambio radical de la norma. Al menos no uno que nos llene la ciudad de balcones y terrazas.