informática

Christian Delgado Von Eitzen

ingeniero de telecomunicación_

¿Ecología o Egología? Reflexiones sobre la sostenibilidad y el consumo

La sostenibilidad y la ecología son conceptos de moda. Vivimos en un mundo cada vez (afortunadamente) más consciente de los desafíos ambientales y eso es algo que aplaudo y defiendo, la pregunta que me surge es si nuestras acciones como sociedad están impulsadas por la verdadera ecología, es decir, por la preocupación genuina por la salud del planeta y de los que vivimos en él, incluyendo animales y personas, o si en realidad obedecen a una forma de egología, un enfoque egoísta de la sostenibilidad.

En este artículo recojo algunas reflexiones que, en mi opinión, plantean dudas sobre la autenticidad de algunas acciones supuestamente "ecológicas".

Los coches eléctricos: ¿Verdes o Marketing?

Los coches eléctricos se promocionan actualmente como una solución ecológica y sostenible para combatir la contaminación del aire y reducir las emisiones de CO2 y parece (insisto, es lo que parecen intentar transmitir), por los anuncios, que, si todos tenemos uno, ya no habrá contaminación en el mundo. Estos vehículos, que funcionan con electricidad, han sido aclamados como el futuro de la movilidad y la respuesta a la crisis climática.

Sin embargo, debemos cuestionar si son tan sostenibles como parecen.

A pesar de que no emiten gases directamente, su huella ecológica se extiende más allá de las carreteras. La producción de automóviles eléctricos implica la extracción y procesamiento de minerales como el litio, el cobalto y otros metales para las baterías (principales minerales para la batería de un vehículo eléctrico) , que a menudo se obtienen en condiciones ambientales y laborales muy precarias y donde se pone en serio riesgo la salud de los que ejercen estas tareas, contaminando además mucho la zona donde se extraen para obtener pequeñas cantidades.

Además, la fabricación y eliminación de las baterías de los coches eléctricos son procesos intensivos en energía y recursos, lo que plantea serias dudas sobre su sostenibilidad a largo plazo.

Así las cosas, si bien los coches eléctricos son mejores para el medio ambiente que los vehículos de combustión interna para las ciudades donde circulan, el enfoque en el reemplazo masivo de estos últimos por coches eléctricos puede parecer más una estrategia de marketing para impulsar las ventas y la obsolescencia programada que algo con beneficios reales tangibles demás de que trasladando la contaminación de las ciudades y las problemáticas a otros sitios que desconocemos (África, Asia,… donde extraen esos minerales y se fabrican muchos componentes) ¿No nos importan esas personas?

¿Estamos realmente comprometidos con la sostenibilidad o simplemente estamos siguiendo la tendencia de adquirir lo último y que la rueda del consumo siga girando (nunca mejor dicho)? ¿Achatarrar cientos de miles de coches que funcionan prohibiendo su circulación en muchas ciudades y reemplazarlos por unos nuevos que hay que fabricar va a contribuir a mejorar el medio ambiente?

También es fundamental recordar que la electricidad que alimenta estos vehículos proviene de diversas fuentes, algunas de las cuales son altamente contaminantes, como el carbón y la energía nuclear. Para abordar esta cuestión, debemos centrarnos en la transición hacia fuentes de energía renovables y promover prácticas de reciclaje más efectivas para las baterías.

Industrias contaminantes: ¿Cambian lo suficiente?

Si bien se está haciendo un esfuerzo considerable para promover prácticas más sostenibles en la sociedad (reciclado de papel, plástico, pilas, aceites, etc.), muchas de las industrias más contaminantes del mundo han cambiado poco o nada.

La huella de carbono de la industria alimentaria, la industria textil y la producción de energía sigue siendo muy significativa.

Este desequilibrio plantea interrogantes sobre si nuestras acciones individuales para reducir el consumo de energía y reciclar pueden contrarrestar el impacto negativo de estas grandes industrias.

¿No deberíamos centrarnos más en presionar a estas empresas para que adopten prácticas más sostenibles reales y no solo como argumento de marketing? La responsabilidad no puede recaer únicamente en los hombros de los consumidores, sino que las empresas deben asumir su papel en la protección del medio ambiente. Es incuestionable que cada paso cuenta, pero algunos tienen los pies más grandes que otros, digámoslo así.

Por ejemplo, la industria de la moda es conocida por su producción masiva y desechos textiles. La fast fashion, o moda rápida, ha llevado a un ciclo de consumo insostenible, donde la ropa se compra y se desecha con rapidez. Hace muchos años, nuestros antepasados tenían pocas prendas pero que duraban mucho tiempo. Hoy en día tenemos los armarios repletos de ropa que además acaba estropeándose y apenas usamos.

A pesar de la creciente conciencia sobre este problema y de las mejoras en muchas marcas a la hora de fabricar sus prendas (sin entrar a valorar de nuevo si es de verdad marketing o la realidad), lo cierto es que las prácticas de fabricación y los modelos de negocio no han cambiado lo suficiente. Las marcas deben tomar medidas significativas para reducir el desperdicio y promover la moda sostenible. ¿Es necesario cambiar las colecciones cada año?

Tampoco le veo sentido (más que el afán recaudatorio tradicional) a traducir a dinero los “excesos” en todos los casos.

Por ejemplo, en España desde enero del año 2023 hay un impuesto (impuesto sobre plásticos no reutilizables), poco publicitado por cierto, por el que hay que pagar 0,45 € por cada kg. de plástico no reciclado contenido en un cierto producto. Es decir, cuando vamos a comprar productos, estamos pagando además un impuesto adicional al de la recogida de basura por el plástico que adquirimos. ¿Todo se soluciona con dinero que al final debe pagar el consumidor?

En Alemania, por ejemplo, desde hace más de 20 años para fomentar el reciclado de las botellas y plásticos, se incluye un sobreprecio en cada compra que, si se devuelve el envase, se abona de nuevo al consumidor como se puede ver en el vídeo. No es que te paguen por reciclar, sino que te devuelven lo pagado y con ello consiguen recuperar casi el 99 % de los envases.

El consumo silencioso: las tecnologías digitales

Un aspecto que a menudo se pasa por alto en la conversación sobre sostenibilidad es el impacto ambiental de nuestras actividades en línea y dispositivos.

La reproducción de vídeos en streaming, la televisión bajo demanda por Internet, el uso de plataformas digitales y redes sociales conllevan un consumo significativo de energía, pero eso no aparece en las noticias ni en los grandes titulares que sí condenan (con parte de razón, no lo niego) los coches de gasolina o diésel, por poner algunos ejemplos frecuentes.

La proliferación de centros de datos para respaldar estas actividades digitales que no paran de crecer ha llevado a un aumento en el consumo de energía. Incluso herramientas de inteligencia artificial como ChatGPT contribuyen al aumento exponencial de los consumos energéticos de los centros de datos (se habla de que podrían quintuplicarse –El sucio secreto de la Inteligencia Artificial–).

Una consulta a ChatGPT o equivalentes consume el triple de energía que una búsqueda en Google. Si bien la tecnología puede mejorar la eficiencia en muchas áreas de la vida, también tiene un costo ambiental que a menudo pasamos por alto.

Por ejemplo, un informe de The Shift Project estima que las emisiones de carbono relacionadas con la tecnología de la información y la comunicación representan aproximadamente el 4 % de las emisiones globales. Esto es comparable a las emisiones de la industria de la aviación. Para abordar este problema, debemos considerar alternativas más eficientes desde el punto de vista energético, como ver televisión a través de antenas tradicionales o reducir la transmisión de videos de alta definición, por poner algunos ejemplos.

De forma similar a lo que ocurre con la moda, cada año parece que debemos cambiar el móvil por uno nuevo y mejor.

Afortunadamente parece que los ciclos de renovación se van alargando, pero aun así muchas personas cambian de smartphone cada 2-3 años. Están en su perfecto derecho, por supuesto, pero hay que recordar que son unos productos tecnológicos muy elaborados, con muchos materiales que normalmente no se reciclan, tanto en el terminal en sí como en la batería que lo alimenta y eso tiene un impacto también sobre el medio ambiente.

Mi último smartphone -iPhone 5s– renovado en 2021, llevaba conmigo 8 años en perfecto uso pero por cuestiones personales lo renové –aunque lo sigo usando como línea secundaria–.

Criptomonedas y blockchain

Un tema que conozco muy de cerca por mis estudios y cometidos profesionales es el de blockchain. La minería de Bitcoin, por poner un ejemplo popular, que es el proceso para crear nuevas monedas y verificar transacciones, consume una cantidad muy importante de energía para garantizar la seguridad de las transacciones, ya que es un entorno donde no hay confianza entre los participantes.

Según datos de la Universidad de Cambridge, la red de Bitcoin consume más electricidad que países enteros como Argentina o los Países Bajos en un año. Gran parte de esta energía proviene de fuentes no renovables, lo que socava los objetivos de sostenibilidad.

Este ejemplo ilustra cómo las nuevas tecnologías, aunque prometedoras desde el punto de vista económico, pueden tener un impacto ambiental significativo y conviene analizar los pros y contras de la tecnología para ver si compensa ese desperdicio energético y es una pregunta que no tiene una solución fácil. Puede que la respuesta es que sí compensa en ciertos escenarios y no en otros.

También hay que señalar que blockchain es una tecnología en desarrollo y está mejorando sus algoritmos, protocolos y mecanismos de consenso para reducir muy significativamente este consumo energético.

Basura electrónica

Además del consumo energético, debemos abordar otro aspecto crucial del impacto ambiental de la tecnología: la creciente generación de basura electrónica. Cada año, el mundo produce millones de toneladas de desechos electrónicos, desde teléfonos móviles obsoletos (que a veces no lo son, sino que simplemente van un poco más despacio o no tienen actualizaciones software) hasta ordenadores, tabletas, etc, que se tiran a la basura.

Según la Asociación Internacional de Residuos Sólidos (ISWA), se estima que en 2021 se generaron aproximadamente 53,6 millones de toneladas de residuos electrónicos en todo el mundo. Estos dispositivos a menudo contienen metales pesados y sustancias químicas tóxicas que pueden contaminar el suelo y el agua si no se gestionan adecuadamente. Para avanzar hacia una verdadera sostenibilidad digital, debemos abordar no solo el consumo de energía, sino también la gestión responsable de los desechos electrónicos y aprovechar estos equipos tanto como sea posible y, para ello, los desarrolladores de software (programas, sistemas operativos, etc.) tienen un papel muy relevante.

Tengo por ejemplo un iPad 2 del año 2011 que 12 años más tarde funciona perfectamente desde el punto de vista de hardware (pantalla bien, la batería dura, estado correcto) pero por cuestiones de programas (software), va lento y no puedo hacer lo mismo que cuando lo compré. ¿Tanto ha cambiado el mundo en poco más de 10 años para que un dispositivo que funciona deba acabar en la basura sin que pueda tener algún tipo de segunda vida? ¿No es triste tirar hardware por un software que deja inservible estos equipos? Creo firmemente que los desarrolladores deberían intentar alargar al máximo, por el bien de todos, la vida útil de los equipos, pero aquí entramos de nuevo en que todo el mundo quiere que sigas comprando…

Ecología vs. Egología: un enfoque personal

En última instancia, nuestras acciones ambientales pueden estar impulsadas tanto por la preocupación genuina por el planeta como por el deseo egoísta de mantener nuestro estilo de vida actual. La obsolescencia programada y el consumo excesivo de productos son ejemplos de egología, donde se priorizan los beneficios empresariales o la satisfacción personal a corto plazo sobre la sostenibilidad a largo plazo.

Es fundamental destacar que estoy totalmente a favor de proteger el medio ambiente y abogar por prácticas sostenibles. Si bien nuestras acciones individuales son importantes, también debemos presionar a las empresas y gobiernos para que tomen medidas significativas y reales en la lucha contra la degradación medioambiental y no solo por cuestiones de lavado de imagen o marketing.

La cuestión de si nuestras acciones son motivadas por la ecología o la egología no tiene una respuesta única. Es un equilibrio complejo entre nuestros deseos individuales y nuestra responsabilidad hacia el planeta. Para abordar eficazmente los desafíos ambientales, debemos reconocer nuestras motivaciones y buscar un enfoque más equitativo y sostenible que beneficie tanto a la Tierra como a nosotros mismos. Al final, la elección es nuestra.

Con estos ejemplos adicionales y datos, espero que quede claro que abogo por un enfoque genuino hacia la protección del medio ambiente y la sostenibilidad. Si bien la egología puede influir en nuestras acciones, debemos esforzarnos por equilibrar nuestros deseos e intereses personales empresariales con la responsabilidad hacia el planeta.

Una reflexión adicional que debemos tener en cuenta es que es cierto que, incluso si desapareciéramos como especie, la Tierra seguiría existiendo y recuperándose de nuestro impacto aunque ya no estemos los humanos. La vida se recuperaría sin duda, con o sin nosotros.

La pregunta es sin embargo si queremos ser responsables de acelerar su degradación o si deseamos tomar medidas para preservar su belleza y recursos para las generaciones futuras. Lo que está claro es que no protegemos con nuestras acciones el planeta Tierra, sino al planeta tal y como lo conocemos ahora.