Identidad y arquitectura:
arquitectura corporativa
Gabriel Rodríguez Calvo
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Tradicionalmente, la arquitectura vernácula ha generado un patrimonio construido basado en el conocimiento local, reflejo de las técnicas y materiales disponibles en cada lugar.
Hoy en día, los medios de transporte facilitan el acceso a todos los materiales conocidos desde cualquier punto del mundo –superando así las limitaciones impuestas por los materiales disponibles–, quedando como última y única limitación la económica.
Comprendiendo estas limitaciones, el patrimonio construido se ha levantado jugando con unas reglas bastante restrictivas, dejando lo que hoy identificamos como patrimonio histórico. Sin embargo, en los últimos dos siglos, los avances en materiales y sistemas constructivos han permitido liberar al diseño arquitectónico de este yugo localista, liberando las formas y permitiendo dotar al entorno construido de nuevos significados.
La imagen del poder
Las construcciones han sido a lo largo de la Historia un instrumento de representación del poder, ya fuera militar, civil o religioso. Este último se ha reflejado en templos clásicos, catedrales o mezquitas, permaneciendo todavía hoy como iconos destacados de las ciudades, huella de la influencia que ejercieron y ejercen en las sociedades en que se instalan.
Junto a estos templos, los hogares del poder civil y el militar siempre han sido puntos de referencia en las poblaciones. Cabe destacar casos en que los gobiernos han diseñado las ciudades en línea con su ideario político, haciendo ver de manera literal (material) el alcance de su influencia en la sociedad. El caso más reseñable es el del régimen de Adolf Hitler, quien tomó entre sus más allegados al arquitecto Albert Speer, con el encargo de materializar sus sueños megalómanos para su soñado imperio, entendiendo la arquitectura y el diseño urbano como instrumento de control y reflejo de los ideales del gobierno.
Otros gobiernos, los de Mussolini o Franco dejaron huella construida de forma similar en la llamada arquitectura del fascio, de un modo semejante al llevado a cabo por los países soviéticos, con un estilo más marcado y reconocible. Estos últimos generaron incluso tipologías edificatorias alineadas con la estructura social que promulgaban, empleando el entorno construido como una rama más de su aparato propagandístico.
Imagen urbana
Las ciudades son un gran ejemplo del empleo de su imagen construida como reclamo visual, como tarjeta de presentación en los medios de comunicación. Si bien es habitual que sean las edificaciones más antiguas las que acaparen un mayor número de apariciones, son cada vez más las ciudades que se preocupan por incorporar objetos contemporáneos a su imaginario. Ejemplo de esto es la Torre Eiffel, de manera más o menos involuntaria –pensada como reclamo temporal de un evento pasajero– hoy en el top de iconos de París. En el extremo contrario el Museo Guggenheim de Bilbao, icono contundente e inconfundible, se instala deliberadamente como primera piedra del giro de la ciudad hacia una época de humanización y desindustrialización.
En esta tendencia de inserción de objetos contemporáneos aparecen también urbes como Sevilla o Londres –como ejemplos más familiares–. Estas ciudades cuentan ya con un patrimonio histórico consolidado y reconocible; sin embargo, no dudan en seguir construyendo su imagen en el siglo XXI incluyendo en su casco urbano objetos como el Metropol Parasol (las Setas) en la capital andaluza o el London Eye en la inglesa. Con mayor o menor acierto, estas ciudades mantienen vivo el desarrollo de su identidad visual, incorporando en su historia material iconos de corte futurista.
Imagen corporativa
Es inevitable desde la creación de un negocio prestar atención a la imagen corporativa. Habitualmente incluye el desarrollo de una identidad visual –más o menos compleja, incluyendo nombre, logo y sus aplicaciones– y su inclusión a lo largo y ancho de los materiales empleados en la actividad de la empresa. El máximo exponente de esta identidad e imagen suele llegar en los espacios en que se basa la actividad, con cualquier forma que tome la sede de la empresa. En este último estadio muchas instituciones sacan pecho con la creación de sedes con las que representar su lugar en el mercado. Entre los ejemplos más recientes podemos fijarnos en Norvento a nivel local, cuyas recientes oficinas centrales reúnen diversas medidas en pro de la sostenibilidad –promulgada entre los valores de la empresa–. A nivel nacional, la UFV lleva algunos años apostando por arquitectos de renombre para el desarrollo de sus nuevas instalaciones, como el centro deportivo, diseñado por Alberto Campo Baeza. Esta misma actitud desarrolla la farmacéutica Novartis desde 2001, renovando su campus central en Basilea edificio por edificio, todos ellos encargados a arquitectos de reconocimiento internacional; esta flota de buques insignia sirve como reclamo cultural de miradas ajenas al mundo de la medicina, contribuyendo a mejorar la opinión de la sociedad respecto a la compañía.
Con el repaso de todas estas prácticas podemos intuir la importancia de la arquitectura en la construcción de una imagen institucional –ya sea empresa o gobierno–. Cada piedra que pongamos cuenta en la construcción de un lugar y, con sus aciertos y desaciertos, se asociará a un agente, un culpable, y a su reputación. Por esto, todo producto construido, debe ser entendido como una herramienta a cuidar y trabajar lenta y cuidadosamente, poniendo atención a su influencia en la imagen de una organización.