Energías renovables
El precio de la luz y la integración de renovables
Es indudable que la noticia que está copando titulares, especialmente en la prensa salmón, es el precio de la luz. Es algo que preocupa a ciudadanos, que puede lastrar la competitividad de las empresas y, por supuesto, que preocupa en nuestro país. Sin embargo, es importante que se realice un ejercicio de análisis y que se huya de sensacionalismos. Cuando en los medios se compara el precio del mercado mayorista de la electricidad con el de hace un año nos estamos haciendo trampas al solitario: hace un año, cuando sufríamos aún los efectos de la pandemia y había mucho más teletrabajo, los precios de la electricidad rompieron récords… en negativo.
En mi último artículo en estas páginas, explicaba que, a causa del incremento de consumos eléctricos debido a la borrasca Filomena, habíamos pasado en el mercado mayorista del blanco al negro. El 8 de enero de 2021 el precio estuvo en 94,99 €/MWh y el 31 de enero en 1,42 €/MWh. Un máximo alejado de los 152 € que se han alcanzado en septiembre y que, posiblemente, se volverán a superar, pero es una cifra que en enero ya estaba en nuestro mercado y que es del orden de magnitud de las que hoy manejamos.
¿Qué ha sucedido para que alcancemos precios tan altos en el mercado eléctrico? La respuesta es compleja. Por un lado, tenemos circunstancias que se han aliado y que están presentes en casi todos los países de Europa. Por otro lado, contamos en nuestro país con características específicas que no hemos sabido o querido cambiar en varias décadas.
Dentro de esas circunstancias que se han aliado esta, como ya se ha destacado en numerosas ocasiones, el precio del gas. El gas era, junto con el carbón, la base de la generación eléctrica que cubre el llamado “hueco térmico”, la diferencia entre la generación nuclear y renovable y las necesidades reales del sistema. Tras la desaparición del carbón (en 2020 su participación en la energía primaria cayó un 59,1 %), ese hueco térmico se cubre mayoritariamente con gas. Y en un sistema marginalista como es en el que estamos, eso implica que las últimas unidades de generación, las más caras, son las que marcan el precio de toda la electricidad.
La otra circunstancia específica ha sido el precio del CO2. Dentro de las políticas energéticas para reducir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero está el gravar el precio de la tonelada de CO2 emitida. Ese precio se ha disparado. De un precio medio en 2018 de unos 16 €, se pasó en 2019 y 2020 a 25 €. La media de 2021es de 47,26 € y, en septiembre, estamos superando los 60 €. Este precio lo deben incorporar en sus costes las centrales de generación fósil entre las que se encuentra, por supuesto, el gas.
Es cierto que durante estos meses ha sido la gran hidráulica, los grandes pantanos, los que han marcado el precio. Eso ha sido una consecuencia directa de estas circunstancias mencionadas. Si la empresa concesionaria realiza una oferta por la electricidad, independientemente de sus costes, la realizará al alza, sabiendo cuáles son los costes de sus competidores. De esta forma, la gran hidráulica está realizando ofertas altas. Si la gran hidráulica no entrase y marcase precios altos, lo haría el gas, por lo que no habría diferencia para los consumidores, más allá de la consecuente molestia a la hora de mirar el recibo.
Como decíamos al principio, debemos huir de los sensacionalismos: el incremento en el mercado eléctrico no se traducirá de forma íntegra a nuestros recibos. A grandes números, los costes totales del sistema eléctrico son un 39 % el mercado diario (ese que llena titulares), un 22 % transporte y distribución, un 19 % retribución específica de renovables, un 9 % el pago del déficit de tarifa… En total, el cambio en el mercado afecta al 40 % de los costes y el Gobierno ha puesto en marcha medidas para intentar compensar este incremento.
A pesar de las numerosas medidas, ya aprobadas y en estudio, el efecto de las mismas no se notará a corto plazo. La rebaja del IVA a la electricidad del 21 % al 10 %, la supresión temporal del impuesto de generación eléctrica del 7 %, el Fondo Nacional para la Sostenibilidad del Sistema Eléctrico (iniciativa en tramitación que busca repartir el esfuerzo de reducción de emisiones entre todos los actores), la desvinculación de la tarifa PVPC de la variabilidad del mercado… Muchas son las opciones que se han puesto en marcha o lo harán durante los próximos meses, pero no podrán cambiar un hecho que, desde la Asociación, llevamos años denunciando.
La eólica ha reducido sus costes en un 71 % y la fotovoltaica en un 90 % en el período 2009-2020. Otras tecnologías como la biomasa o la minihidráulica también han reducido sus costes de forma significativa en estos años. Siendo hoy las renovables energías competitivas y con costes muy inferiores a lo que estamos pagando por la electricidad, la gran pregunta de los consumidores es: ¿por qué no incorporamos más renovables baratas a nuestro mix de generación?
La respuesta corta es “ya lo estamos haciendo”. 2019 fue el año récord en lo que a incorporación renovable se refiere. Según los datos de Red Eléctrica de España, se conectaron a la red 6.456 MW gracias a la competitividad y al impulso de las subastas de 2016 y 2017. En 2020 se instalaron 4.629 MW de renovables, tercer mejor dato de la serie histórica. Y lo bueno de toda esta nueva potencia renovable es que gracias a la reducción de costes, nos ayudará a bajar el precio del mercado eléctrico. Cuanta más tecnología “barata” tengamos en el sistema, más opciones de que la “cara” no marque precios como los que estamos viendo.
La respuesta larga es “lo deberíamos haber hecho hace mucho tiempo”. Según el último dato del Estudio del Impacto Macroeconómico de las Energías Renovables en España, la dependencia energética de nuestro país es del 73,5 %. Para poder comparar, la media de la Unión Europea es del 55,7 %. Mientras que Europa necesita adquirir el 55,7 % de su energía fuera de sus fronteras, España necesita comprar el 73,5 % y esto lastra nuestra economía. El déficit total de la economía española fue de 31.980 millones de euros en 2019. El déficit energético fue de 23.242 millones. El saldo entre importaciones y exportaciones de combustibles fósiles es nefasto para nuestro país, suponiendo el 72,6 % de todo el déficit de la balanza comercial española.
La diferencia es que, este año, al juntar precios del gas y precios del CO2 los ciudadanos estamos viendo en las noticias y, durante los próximos meses, en nuestros recibos de la luz, esta vulnerabilidad de la economía. Cuando repostamos nuestros vehículos en la estación de servicio y el litro de gasolina o diésel ha subido un 20 % no nos damos cuenta de la misma forma. Pero la dependencia del precio de los combustibles fósiles nos lleva acompañando varias décadas y es ahora cuando nos echamos las manos a la cabeza.
La incorporación de renovables durante las próximas décadas, que nos llevarán a pasar de un 44 % de electricidad renovable a un 74 % en 2030, será fundamental para controlar los precios del mercado eléctrico. Una transición que podemos acelerar en el caso de la electricidad y que debemos impulsar en el caso de usos térmicos. La sustitución directa de combustibles fósiles (gasoil, gas…) por renovables (biomasa, geotermia, solar térmica…) para satisfacer nuestras necesidades de calor y frío es la gran tarea pendiente, una tarea que nos aportará grandes ahorros debido a los precios actuales y futuros de la energía fósil. Es hora de dejar de depender de terceros países y confiar en nuestros magníficos recursos energéticos propios que, hoy en día, podemos aprovechar de forma eficiente y, lo que es muy importante, barata.