informática
A nadie le gustaría culpar a las redes sociales más que a mí. Les tengo manía desde siempre, nunca me han atraído, desde el momento en que pienso que ni me gusta describirme a mí mismo ni tampoco hay nada que quiera decir a todo el mundo a la vez –ni siquiera a un pequeño grupo de contactos–, ni al mismo tiempo, ni de la misma manera, ni por lo personal ni por lo laboral, ni por lo civil ni por lo criminal. Suena contradictorio en alguien que está escribiendo este texto para publicar a todo el mundo a la vez, al mismo tiempo y de la misma manera, pero hace casi 19 años ya despedí una columna como ésta con un "no deben creer todo lo que leen... ni siquiera esto". Eran otros tiempos, sin duda, esta revista se editaba en papel, y aunque Elon Musk ya era millonario, no había tenido tiempo de comprar Twitter por varias razones; la principal: que la red social más polémica todavía no existía, y ni siquiera Facebook o Myspace habían nacido, mientras LinkedIn era sólo un bebé desconocido para el mundo. Y sin embargo, incluso yo mismo, que desde niño tengo fama de ser el último en enterarme de todo, ya me había dado cuenta del problema que por aquel entonces suponía la desinformación en la era de la información.
Así que no: no son las redes sociales las culpables de la desinformación. Son gasolina para el fuego, seguro, son grandes amplificadores de mentiras, trampas, verdades a medias, burlas, campañas interesadas... pero no: no son las grandes culpables, porque por cada persona que escribe, son MUCHOS los que leen, y así son muchos los que tienen el poder. ¿Son culpables quienes permiten que se difundan bulos en sus medios, cuando esos medios son redes sociales con millones de usuarios y, por tanto, creadores de contenidos? Pues en parte sí, probablemente sí, más cuando permiten la existencia de cuentas falsas que participan activamente en la creación y difusión de contenidos de ese tipo, pero por lo demás... ¿hasta qué punto pueden filtrar los contenidos? ¿Quién decide qué contenido, por falso que sea, por malicioso que sea, debe ser eliminado? A mí ya me ha pasado varias veces que, leyendo un artículo que pretende desmentir un bulo, descubro que la propia explicación es puro humo que sólo nos distrae para que nos quedemos con su titular, pero en realidad da la razón al fondo del bulo que pretendía desmentir. Así las cosas, ¿dónde termina el control de la veracidad y dónde empieza la censura? No es fácil determinarlo, cuando hay tanta discrepancia en la interpretación de la verdad para unos y otros, y tantos intereses siempre por parte de los propios auditores-censores.
¿Y quién es culpable entonces? Yo lo tengo claro: los culpables son las personas. No digo ya las personas que crean las mentiras, difunden los bulos u orquestan las campañas, que por descontado tienen su responsabilidad incuestionable, sino de TODOS aquellos que leemos pero no pensamos, y aceptamos pero no criticamos.
Hoy mismo alguien me recordaba la famosa frase: "Cree la mitad de lo que veas y nada de lo que te cuenten". Lamentablemente, tampoco podemos estar informados sin creer nada de lo que nos cuenten. ¿Qué podemos hacer entonces? Pensar. Pensar y dudar. O como diría Luis Aragonés: pensar, dudar, pensar, y volver a pensar. Pero hay mucha gente que prefiere vivir engañada para poder seguir pensando lo mismo que siempre y no evolucionar. Así es más fácil que triunfe la desinformación. Está claro que todos dependemos en mayor o menor medida de la información que nos llega y a todos nos engañan, pero lo que no podemos es renunciar a pensar. Cada vez que se ponen etiquetas a las personas en vez de analizar sus discursos, se está simplificando para no pensar. Incluso un reloj parado da la hora correcta dos veces al día: nadie está equivocado en todo lo que dice ni en todo lo que piensa, igual que nadie tiene la razón absoluta en todo lo que dice ni en todo lo que piensa. Alguien que cree que tiene la razón en todo, es por definición alguien que se equivoca. Alguien que no entiende por qué otro dice lo que dice o piensa lo que piensa, es alguien a quien le falta información; otra cosa es que lo entienda pero no lo comparta.
La crisis política que vivimos hoy en día no es más que un reflejo de una crisis social, no ya en España, sino en buena parte del mundo. ¿Han influido las estrategias políticas agresivas en la crisis social? Seguro. Pero... ¿ha facilitado la sociedad esas estrategias políticas agresivas con su comportamiento? Segurísimo. Compramos discursos vacíos, y luego nos sorprendemos de que sólo tengamos humo. Nos regocijamos en la burla al oponente, y así preferimos evitar pensar en cuáles son sus razones o sus argumentos de fondo. Juzgamos sin piedad a otros, pero aceptamos que nuestras propias opiniones y valores, como las de nuestros “influencers”, cambien de criterio según a quién estemos juzgando. Al final nos dicen qué debemos pensar, y así pensamos, qué debemos criticar, y así criticamos, y qué debemos juzgar, y así juzgamos. Pues no, eso dista mucho de ser pensamiento crítico.
Cada vez que pienso en este tema, no puedo evitar acordarme de aquel gran mensaje de uno de los mayores sabios que ha conocido la Humanidad, admirado por muchos en distintas generaciones, y el mayor mago de todos los tiempos según Harry Potter… Me estoy refiriendo a Albus Dumbledore, dirigiéndose a Neville Longbottom mientras otorgaba las puntuaciones a Gryffindor: “Se necesita coraje para enfrentar al enemigo, y aún más valor para enfrentarse a sus amigos”. Es fácil seguir la corriente favorable de aquellos que piensan como nosotros, exagerar los discursos de nuestros oponentes, ridiculizar posturas para evitar analizarlas en profundidad, y limitarse a leer titulares o artículos de opinión en nuestros medios afines sin detenernos mucho a pensar, dudar, pensar y volver a pensar… Lo difícil es lo que hizo Neville: enfrentarse a los suyos para, aun pudiendo estar equivocado, intentar hacer lo que consideraba justo y, en definitiva, conseguir que los suyos sean mejores. Criticando al contrario no se conseguirá invertir esta llamada “polarización” social, sólo se podrá conseguir criticando a los afines en aquello que merezca ser criticado, y consiguiendo que sólo sobrevivan en ellos los mensajes útiles, sinceros y comunes a todos. Sólo así derrotaremos a Voldemort.