Innovación tipológica: la vivienda colectiva del s. XXI
Gabriel Rodríguez Calvo
arquitecto_ deloitte real estate
Imágenes: MAIO Architects
Al ver Roma (2018), de Alfonso Cuarón, ambientada en el México DF de 1971, saltan a la vista mil y un aspectos de la vida y la sociedad que han cambiado hasta nuestros días. Sin embargo, hay un ente que permanece inmutable: la vivienda. Concebida y organizada para ser el hogar de la familia nuclear, la vivienda del siglo XX llega inmutable en fondo y forma hasta nuestros días.
Quizá en el momento de profundo cambio de nuestro modo de vida, transformado –acelerado– por cambios tecnológicos y culturales, sea oportuno revisar también esta casa a la que estamos acostumbrados.
Por un lado, echando la vista pocos años atrás, vemos cómo la familia nuclear (pareja más la primera generación de su descendencia) pierde protagonismo como grupo habitante. Aparecen también solteros, familias monoparentales o familias patchwork (hogares habitados por una pareja más hijos de las parejas anteriores de ambos). A estas nuevas formas de familia se suman también los jóvenes profesionales que optan por compartir piso tras su época de estudios, profesionales que optan por trabajar en casa y jubilados que eligen retirarse en una ciudad. Ante esta diversidad cabe preguntarse: ¿dan respuesta los tipos de vivienda habituales a las necesidades habitacionales de todos estos grupos?
Por otro lado, la forma de acceso a la vivienda tiende a una madurez semejante a la vista en otros países europeos: viviendas en propiedad cada vez menos asequibles y un creciente mercado de alquiler de primera residencia, con un creciente interés de las grandes compañías por convertirse en caseros a gran escala. En el momento en que estos gigantes de alquiler se lancen a la procura del inquilino (cliente) ideal, ¿cambiarán el cuántos dormitorios quiere por el cómo quiere vivir?
Esta adaptación de la vivienda a los nuevos modos de vida tiene un aliado habitual en la auto promoción de viviendas, siendo un trabajo siempre a la medida exacta del habitante, pero reservado a una minoría poco significativa. Atendiendo a la mayoría, la vivienda de producción en masa –la promoción residencial al uso– sigue acudiendo a esquemas funcionales neutros, centrados en la omnipresente familia nuclear y valorada únicamente por el número de dormitorios y aseos.
De este cómodo continuismo empiezan a diferenciarse diversos ejemplos, impulsados por diferentes agentes de la promoción residencial. Desde la teoría, Anna Puigjaner revisa en su tesis Kitchenless city modelos de vivienda de principios del s. XX, dando lugar a interrogantes y propuestas sobre la casa del s. XXI; en línea con sus reflexiones académicas diseña junto a su estudio de arquitectura MAIO el edificio 110 rooms (Barcelona, 2018), en el que materializan muchos de sus principios teóricos. Otro arquitecto, Roger Zogolovich, encabeza Solidspace, una promotora británica abanderada de un nuevo esquema funcional en que integran espacios de trabajo en la vivienda, en reconocimiento de nuevos usos introducidos en la casa. Otras compañías, como Urbancampus en Madrid, comienzan a ofrecer viviendas compartidas con servicios comunes, asociadas a espacios de trabajo tipo coworking, incorporando así el espacio residencial en un ecosistema mayor. En Galicia, Grupo Arial promueve edificios plurifamiliares donde muchas de sus viviendas gozan de espacios de uso indefinido, dando la oportunidad a los habitantes de colonizar y adaptar a sus necesidades ese lugar de ambigüedad. Estos inmuebles, diseños de Carbajo y Barrios, abren las puertas a nuevas formas de usar la casa con solo reducir la rigidez de su distribución.
Los próximos años dirán si estas innovaciones son solo la excepción que confirma la regla o si estos pioneros se reconocerán punta de lanza de la vivienda que está por venir.